A pesar de que podríamos hacernos pasar por padre e hija compartiendo un momento afectuoso en un parque, las altas horas de la noche no ayudaban en nada a que aquello fuese visto como una situación normal. La escena que se presentaba no era inocente en absoluto y quizás ante los de nuestra misma condición, para nosotros que comprendíamos aquella naturaleza dañina que poseíamos, la poca decencia de la raza y los instintos que a veces le asaltaban a uno mostraban otra cosa. Tenía la oportunidad de intentar devorarme sin ser reprendido por ello puesto que “ojos que no ven corazón que no siente”. Estábamos lejos de aquellos ojos que podrían juzgarlo, encerrarlo por devorarme.
Cada rose de sus manos en mis caderas era como un nuevo tajo abriéndose paso en mi determinación, incitándome quizás a deseos que no deberían despertarse en mi. Por eso es que le interrumpí y hablé, antes de que me hiciese echarme para atrás en aquella decisión.. Por eso y por nada más a pesar de la seducción morbosa que pudiese encontrarse escondida en unos simples y delicados roces. Él era un depredador, los dos lo éramos, pero en ese momento yo era la presa.
Sentí su respiración junto a mi mejilla mientras su sombra me envolvía posesivamente, devorando mi figura, “mi reflejo”. Cerré los ojos sintiendo la fina línea que nos separaba, la terrible equivocación que podría haber cometido casi explotándome en la cara. Era como un pequeño conejo temblando en las manos del cazador a punto de que le quebrasen el cuello. Pudo haberlo hecho pues sumisamente permanecí en aquella posición más no lo hizo, no aún. Si algo conocía sobre los de mi clase es que disfrutan terriblemente cuando tienen a su presa acorralada, lo mucho que adoran jugar con ella antes de acabar con ella.
Sonreí irónica aunque no pudo verme, soltando una cantidad innecesaria de aire ¿Temerle? A lo único que le temía era a la soledad. Ese era el más grandes de mis defectos, de mis fobias. Era irónico siendo un vampiro pero así eran las cosas. Mi mayor temor a pesar de lo que intentaba demostrar al portarme como niña muy social era el estar sola. Cuando lo estaba, me rodeaba de sombras, intentaba hacerme invisible. Temía terriblemente que el silencio fuese eterno, gritar y que nadie me escuchase. En mi mente los gritos de mi madre resonaron, unos gritos lejanos. Lo peor que podría ocurrirme es que Nocte se marchase, dejándome sola otra vez. A aquello le temía más que a lo que él pudiese hacerme en realidad. Al perder lo que había encontrado, de la idea de la que me había enamorado: el formar una familia. Solo él y yo, como hermanos.
-No le tengo miedo a lo que tú puedas hacerme… sino a lo que yo pudiese permitir que me hagas.
Aquello podría sonar terriblemente mal, con un doble sentido espantoso a pesar de que no pretendía que lo tuviese, incluso, podría sonar a invitación. Había bastante de niña en mi a pesar de que no lo fuese completamente cuando realmente me convirtieron. Era una edad verdaderamente complicada para ser un vástago pues la definición más exacta sería “una adulta atrapada en el cuerpo de una niña”. No esperé que entendiese lo que realmente le había querido decir.
Con suerte mis palabras detendrían un golpe mortal sacandole de sus casillas, haciendole preguntar el por qué las había dicho, pues no era normal que alguien dijese algo como aquello. Mucho menos en una situación así.